Jenaro Villamil
La noche del 26 de septiembre, un grupo de poco más de 50 estudiantes de primero y segundo grado de Ayotzinapa buscaban botear para dirigirse a la marcha del 2 de octubre en la Ciudad de México, según la versión oficial. No imaginaron que iban a ser perseguidos, balaceados, secuestrados, torturados, incendiados, como en una réplica del Holocausto nazi al estilo mexicano, en algún paraje de Guerrero. El móvil de este crimen colectivo no quedaba claro a principios de noviembre de 2014. Sólo se les adjudicó a los sicarios y matones de los Guerreros Unidos que se las cobraron contra normalistas que ni estaban dedicados al narcotráfico ni afectaban su negocio. Menos se esperaba que este episodio creciera como una hoguera nacional hasta convertirse en la tragedia mexicana más vergonzosa y humillante para una sociedad anestesiada por el supuesto Mexican Moment.